No es un diario, ni un book, ni un cuaderno de bitácora al uso.
Es el lugar donde guardo un poco de esto y de aquello.

Cosas que he hecho y que voy haciendo, que hago, que haré. . . y ahora voy, y te lo cuento.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Gatos contra el insomnio

Y contra la desidia, el aburrimiento, la pereza, la tristeza... Ronroneos que te engatusan. Siestas de siete sueños.
Lusi y Carlota, las nuevas protagonistas de una serie de aventuras: la historia de dos gatas salvajes y la niña a la que no le gustaba dormir la siesta. Más información en este blog.

sábado, 13 de agosto de 2011

Seso en Córdoba (o Brain in the city)

Les quería contar una experiencia de primera mano y que no por extraordinaria, sino todo lo contrario, puede ser de interés público (con toda humildad). 
Me acabo de mudar a Córdoba, y lo he hecho conscientemente, aun a sabiendas de que no tenía nada de capitalidad, y que lo de las tres culturas se acabó en el siglo XV, y que hay que raspar mucho y con mucha devoción en Séneca para encontrar cultura oficial que no pase por el fino, los farolillos y un puñado de procesiones. 
Pero me da igual, me vine aquí porque una primavera paseando por la Judería tuve una revelación. De los balcones además de geranios colgaban poemas (¿Por qué no colgarán poemas de las farolas todo el año, como una eterna precampaña lírica?).
Me vi paseando por las calles de piedra con los ojos clavados en la alfombra celeste del cielo, un día tras otro, como en un laberinto mítico, y entonces comprendí que de esta ciudad no me quería mover, al menos durante un tiempo.
Bueno, hasta aquí nada de extraordinario (ya les avisé), les pasa a muchos visitantes extranjeros, e incluso a españoles nórdicos. Córdoba es mucha Córdoba. Córdoba rezuma encanto, misterio y leyenda. Se le puede perdonar casi todo, incluso los casi cincuenta grados del mes de agosto. Su historia y belleza son inalterables, como su Mezquita: ¡qué arcos! ¡qué patio! ¡qué mihrab! ¡Qué…cruz! 
Salgo de las salas en penumbra de la Catedral (antigua Mezquita, reza el cartel de la entrada) y el sol del atardecer tiñe de rosa las aguas del Guadalquivir. Al fondo las suaves curvas del horizonte, por las que Córdoba se derrama. Vivo en el corazón de algo grande, y camino en silencio escuchando mis pasos hasta una calle con una inscripción en el muro: PROHIBIDO VOLVER ATRÁS. 
Córdoba me invita a quererla. Mucho corazón y poco seso (que es a lo que íbamos). Arrobo, deleite y autocomplacencia, las trampas del falso amor son parte del maleficio de esta ciudad: eternamente momificada con una sonrisa pintada de rojo y blanco. 
Me acabo de mudar a la ciudad de los poetas, la excelsa, la justa, la culta, pero hasta ayer no he visto otra cosa que cruces (sin luna ni estrellas); de los balcones no cuelgan poemas, sino banderas amarillas que me sacan los colores; y bajo mi ventana, anoche, escuche el llanto de un niño al que su madre borracha le repetía una y otra vez: «¡ya no te quiero!».  
Ea, pues yo me voy a quedar aquí un tiempito. Porque acabo de empezar a querer a esta ciudad y tengo una devoción ciega en Séneca. O porque aún creo que se puede tener buen seso en Córdoba.