No es un diario, ni un book, ni un cuaderno de bitácora al uso.
Es el lugar donde guardo un poco de esto y de aquello.

Cosas que he hecho y que voy haciendo, que hago, que haré. . . y ahora voy, y te lo cuento.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Libros de brujas (y películas)


Cartel de mi cuentacuentos sobre brujas. Biblioteca Provincial de Córdoba
Me encantan los libros de brujas, sobre todo los ilustrados. Aquellos que aportan algo más a un personaje que no necesita presentación y que cae simpático desde el mismo nombre, a pesar de su mala fama.
Bruja es mujer, es instinto, es autosuficiencia, es naturaleza salvaje, es poder… Son muchas las interpretaciones, pero a mí me gustan éstas. Y una más: aventura. Es un personaje que participa de la historia y la fantasía, antiguo y constantemente renovado. Sus posibilidades de creación y recreación son infinitas. Se adapta a todos los registros: misterio, humor, comedia, romance, intriga, fantasía, incluso la novela realista o de crítica social.
La lista de libros sobre brujas es prácticamente inabarcable, pero los hay que nunca se olvidan.
Mis preferidos…
De entre las clásicas brujas malas me quedo con las de Malcom Bird y Colin Hawkins.

Del libro Brujas, de C. Hawkins. Altea, 1995.






Un libro de brujas de colección: el de Benjamín Lacombe

Una historia para contar una y otra vez, la de la bruja de la montaña, de Gloria Cecilia Díaz

Una bruja legendaria… Baba Yaga, sin duda (hasta que Disney la encuentre).
Y para darle un toque de actualidad a esta entrada, os cuento que el año que viene el cine nos ofrecerá dos versiones de una bruja clásica inolvidable: la madrastra de Blancanieves. Interpretadas por Julia Roberts y Charlize Theron. Ahí va el trailer de la película Snow White and the Huntsman, la que protagoniza Charlize Theron, al parecer bastante más épica, oscura y dramática que Mirror, Mirror.


jueves, 22 de diciembre de 2011

Instrucciones de uso de un televisor




Televisor es ese objeto indefectible que ocupa un lugar preferente en nuestros hogares, comparte con nosotros mesa, sofá e incluso cama. Y no es tu marido, ni tu esposa. De hecho, se le dedican muchas horas de atención, concentrada, entregada, apasionada…; horas de miradas atentas, de soslayo, miradas ausentes…
Su uso y manejo alcanza tan escasa sofisticación que podría decirse que nacemos “enchufados”. Nuestro dedo índice es capaz de localizar y apretar el botón de encendido (interruptor), aun cuando no hemos evolucionado hasta alcanzar la posición erecta que caracteriza a nuestra especie: “homo sapiens sapiens televidens”.
Su primerísima forma geométrica, rechoncha y vulgar ha evolucionado hasta ser la hostia, o sea, de un fino casi bidimensional. Porque de la tele (dicho cariñosamente) de antaño, no parece quedar más que la pantalla; una gigantesca ventana, un ojo de buey ancho por alto, que nos muestra el mundo casi a tamaño real. Se ha vaciado por dentro. Nada por aquí, nada por allá.
Una vez abierta la ventana, encendido el aparato (se entiende), es necesario apagar todo lo demás, sobre todo el cerebro. Para un visionado perfecto es necesario, además, tomar una posición que nos permita vencer la gravedad casi sin esfuerzo: hundir nuestras nalgas en una masa blanda y arrugar el entrecejo, dejando que la barbilla caiga sobre el cojín de la papada, cuya dimensión es directamente proporcional al número de horas invertidas frente a este inestimable objeto: el televisor.
No lo olvide. Y repita conmigo: tele-visor. Su nombre viene de lejos. Altas miras. Ergonómico. Compatible con la mayoría de decodificadores humanos. De comprobada eficacia contra el movimiento, el razonamiento, el conocimiento. Y que me caiga un televisor encima si miento.